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Eficiencia en la iluminación pública

Toda sociedad es un sistema de interpretación del mundo. El imaginario social se va constituyendo en la medida que una forma eventual de ordenar al mundo se impone como única o predominante, no a la manera de una imposición fundada en la fuerza, sino producto de condiciones sociales, históricas y culturales. De algún modo, nosotros somos los lugares en donde estuvimos. Por tanto, el medio ambiente está culturalmente marcado por el hombre, condiciona y transmite significaciones que son parte integrante del funcionamiento cognitivo, empírico, sensorial y comportamental del individuo. Al formar parte del entorno urbano, la iluminación de las ciudades forma una especie de encuadre, un marco de referencia cultural y ambiental en donde el hombre se desarrolla y se vincula con otros, conformando parte de su idiosincrasia. Este lugar de pertenencia -la noche en su pueblo, la plaza del barrio en donde jugó con sus amigos o la peatonal de su ciudad- lo condicionará en el ámbito social y cultural.

En la actualidad las personas que habitamos en las grandes ciudades nos hemos convertido en luz-dependientes. Vivimos una especie de scotofobia -miedo a la oscuridad-. Esto hace que los ciudadanos seamos cada vez más exigentes en cuanto a la cantidad de luz que necesitamos para ver y ser vistos, pero poco sabemos de la eficiencia energética. Desde esta perspectiva, no se trata de un tema menor para los gobiernos y los profesionales del sector. La demanda en la iluminación pública crece a un ritmo vertiginoso por el propio desarrollo de las ciudades. Si bien cumple un rol relacionado a la seguridad, funciona además como una especie de proyector-seguidor de una obra teatral en la noche de una ciudad, donde se podría estar iluminando una zona más que otra, simbolizando, condicionando, señalando u ocultando, sin querer, un barrio mejor que otro. Además de que la luz les permita ver, los ciudadanos necesitan que la puerta de su casa esté iluminada para que los vean. Queremos ser reconocidos y no ser abandonados por la misma sociedad que integramos. Allí radica la importancia de pensar hoy en la trama de la iluminación. Desde un punto de vista más técnico, el de alumbrado público es un servicio que comprende a toda instalación o sistema de alumbrado cuyo objeto es crear condiciones de visión adecuadas en los espacios urbanos. Con este fin, se establecen normas respecto de la clasificación de luminarias, clasificación de arterias, valores de iluminancias y uniformidades mínimas a conservar. Los niveles de iluminación recomendados y la calificación de arterias están detallados en la Norma IRAM AADL J 2022 y 2022/2. Las características técnicas de luminarias para vías públicas están detalladas en las Normas IRAM AADL J 2020-1 (luminarias de apertura por gravedad) y en la IRAM AADL J 2020-2 (luminarias de apertura superior y lateral, aprobada en el año 2010). Actualmente está en discusión la norma IRAM AADL J 2020-4, para luminarias de alumbrado público de LED.

El alumbrado público tiene algunos objetivos principales. Por ejemplo, permitir a los conductores de automóviles, motocicletas, bicicletas y otros vehículos actuar con seguridad; permitir a los peatones que vean los peligros, puedan orientarse, reconozcan otros peatones y tengan una sensación de seguridad; y mejorar la apariencia nocturna del espacio urbano. Otras recomendaciones hablan de constituir un elemento integrado en el paisaje urbano, permitir el reconocimiento de personas y obstáculos, facilitar la orientación y desalentar la criminalidad y el vandalismo. Como vemos, también desde esta perspectiva hay dos factores que se repiten, relativos a la seguridad y al reconocimiento del lugar y del otro.

Los principales factores que intervienen en la evaluación del concepto de iluminación eficiente son tres: eficiencia energética, visual y económica. El primero refiere al diseño y la tecnología aplicada -utilización de luminarias con mayor grado de protección y más seguras para su mantenimiento-, sistema de alimentación eléctrica de la instalación, elementos de control, costo inicial, costo operativo y costo de mantenimiento. Habitualmente, una instalación se evalúa únicamente por su costo inicial, y se deja de lado el costo de mantenimiento. Pero toda nueva instalación debería contemplar no sólo el costo inicial -es decir: el precio unitario de los componentes que hacen a esa obra de iluminación-, sino además el costo operativo y el costo de mantenimiento, como mínimo, durante los primeros 10 años. Debemos preguntarnos cuánto nos costará mantener ese punto de luz encendido y principalmente cada cuánto tiempo deberemos ir a repararlo. A modo de ejemplo, un municipio o empresa privada que hace el mantenimiento del parque lumínico de una ciudad que cuenta con 50 mil luminarias, con cinco cuadrillas atiende entre 120 y 140 puntos de luz por día aproximadamente. El costo de cada asistencia a cada punto de luz hoy ronda entre 200 y 250 pesos, sin contar el costo de los insumos, como lámparas y balastos.

A partir de esa simple ecuación, se podría decir que esa empresa, si tuviera que reparar todas las luminarias, tardaría unos 417 días hábiles en volver a subir a la primera -más de un año y medio-, y gastaría cerca de 12.500.000 pesos en ese período. Sin duda, se acelerará el tiempo de depreciación de la instalación a medida que pase el tiempo. Aquí, la gran variable para que la ecuación económica-financiera siga siendo viable y no impacte en el servicio es el tiempo que tarde la empresa o el municipio en volver a cada punto de luz, incluyendo el mantenimiento preventivo.

Si se instalaran materiales de mala calidad, defectuosos, y cada seis meses se apagara una luminaria o se produjera una falla, literalmente le costaría más del doble mantenerla encendida. Habida cuenta de que se cuenta con un presupuesto de 250 pesos por luminaria y la realidad demanda entre 500 y 750, esa instalación no puede considerarse eficiente, ya que se ha convertido en un nuevo problema para el municipio, la empresa y los ciudadanos, que en definitiva somos quienes pagamos el servicio. Que no suceda esto dependerá en gran parte de que, al inicio de la obra -en la ingeniería, planificación, especificación técnica de los pliegos, compra de materiales, etc.- se utilicen artefactos con nuevas tecnologías y de muy bajo mantenimiento, con equipos auxiliares de alta confiabilidad, con columnas, tableros, cables e insumos específicos para cada aplicación, normados y de muy buena calidad. Reparar una instalación subterránea defectuosa, o luminarias de mala calidad que al poco tiempo están llenas de insectos, de agua, o en las que se abren las tapas de los equipos auxiliares y quedan colgando en la vía pública, siempre será más caro que antes de empezar. Lo que se ha ahorrado en el costo inicial lo perderá, como mínimo, en el primer año de gestión en el costo de mantenimiento. En este sentido, ejemplos de luminarias de alumbrado público son las que cuentan con un grado de protección IP65 e IP66, -iguales a las ópticas utilizadas en los autos-, en las que la lámpara está totalmente protegida contra el polvo y contra los chorros de agua. Estas características técnicas disminuyen el costo de mantenimiento por menor frecuencia de limpieza, reducen la contaminación sobre los cobertores (tulipas), protegen y garantizan la vida útil de la lámpara y del espejo y mantienen la fotometría con la que fue originalmente proyectada la obra a iluminar, conservando los valores de Emed (Lux), como los coeficientes de uniformidad G1 y G2 para los que se diseñó dicha instalación. Además, evitan el ingreso de insectos y aves tan común en luminarias antiguas y de apertura por gravedad de mala calidad, con un grado bajo de protección IP44 o inferior.La eficiencia visual refiere a la calidad de la luz y su aplicación. Luego de realizar un relevamiento de la zona a iluminar debemos ajustar los proyectos a las características de cada área, evitando la polución lumínica y proyectando la iluminación adecuada y ajustada a cada lugar. El exagerado protagonismo de la luz en una instalación pública nos mostrará pautas de un diseño con baja eficiencia visual. En lo que respecta a la eficiencia económica, se puede afirmar que es la conjunción de los dos factores antes descriptos, sumado a que sólo de ese modo conseguiremos una eficiente instalación de alumbrado, con un alto rendimiento y muy bajo costo operativo.Es común encontrarse con parques de alumbrado público que siguen utilizando artefactos diseñados hace 20 o 30 años, con distribución de la luz a través de refractores de vidrio al borosilicato prismado, y no suelen contar con reflectores internos, o conservan los antiguos de dos piezas. Muchas de ellas están llenas de insectos y/o agua, con las tulipas totalmente corroídas. Es decir: cada noche iluminan un poco menos, pero siguen consumiendo lo mismo.Creo que este es un tema muy importante en relación a la eficiencia, ya que ha cambiado el concepto de cómo diseñar una luminaria más eficiente. Hoy la fotometría depende del espejo enterizo y ya no del vidrio prismado -como también sucede en las ópticas de los autos-: sólo se abren para cambiar la lámpara, y ya no requieren mantenimiento de limpieza, ni preventivo. La mayoría de los artefactos del pasado no tienen buena uniformidad -cebreado en la acera- y, por lo general, aprovechan menos del 50 por ciento de la luz que emite la lámpara.Hoy existen luminarias construidas en inyección de aluminio de alta pureza, con espejo enterizo de una sola pieza, con tulipa de vidrio plano o policurvo y con un grado de protección IP65/IP66 en el grupo óptico, que tienen un rendimiento (Lm/W) cercano al 80 por ciento. Si a eso le sumamos el bajo costo de mantenimiento en el campo real (250 pesos cada vez), conseguiremos una instalación muy eficiente, con muy bajo costo de mantenimiento. Y si tenemos en cuenta todo lo expuesto anteriormente, el precio unitario de ese punto de luz encendido a la hora de compararlo con otro sin duda será un 50 o 60 por ciento más económico a lo largo del tiempo.

En el ámbito nacional, desde 2007 existe una política de recambio de todo el alumbrado público ineficiente: se trata del Programa Nacional de Uso Racional y Eficiente de la Energía (PRONUREE). Hay más de 500 municipios de todo el país que ya han adherido a este programa y lo están llevando a cabo. El plan contempla el remplazo de más de 700 mil luminarias y dependerá de los gobiernos municipales que se adhieren al programa. Las medidas de eficientización son el remplazo de lámparas incandescentes, mezcladoras y de mercurio por lámparas de sodio, la instalación de nuevas luminarias, más eficientes, y la colocación de atenuadores de potencia. El objetivo del PRONUREE es “propender a un uso eficiente de la energía”, lo que implica “la adecuación de los sistemas de producción, transporte, distribución, almacenamiento y consumo de energía, procurando lograr el mayor desarrollo sostenible con los medios tecnológicos al alcance, minimizando el impacto sobre el ambiente, optimizando la conservación de la energía y la reducción de los costos”. El “PRONUREE - Alumbrado Público” (Anexo I, 2.7 del decreto) es un subprograma que promueve el uso eficiente de la energía en los sistemas de alumbrado público existentes en todo el territorio de la República Argentina.

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